Tony Pérez: "Falta pensar menos en tecnología y más en valores humanos"
Periodismo de hoy: pasión por la tecnología, desprecio por la ética y autocrítica cero.
Buenas noches:
El dominicano Junot Díaz, ganador del premio Pulitzer 2008, con su novela “La Breve y Maravillosa Vida de Oscar Wao”, en entrevista concedida hace un par de meses a la BBC de Londres, criticó:
“La clase media de Latinoamérica prefiere comprar ropa y vainas, playstation3; no va a comprar muchos libros…La cultura del lector se está perdiendo, la gente prefiere comprar su Iphone y su Macintosh, porque una novela es una cosa difícil de leer, es como un sacrificio…
Comprar una vaina, un aparato, por ahí, eso es bien fácil; tú nomás entras a la tienda y lo compras. Pero con un libro tú tienes que abrir tu corazón; tienes que integrar esa novela, ese libro de poesía en tu vida emocional, intelectual, y ese es un proceso que mucha gente no aguanta, no lo soporta”.
Buenas noches:
El dominicano Junot Díaz, ganador del premio Pulitzer 2008, con su novela “La Breve y Maravillosa Vida de Oscar Wao”, en entrevista concedida hace un par de meses a la BBC de Londres, criticó:
“La clase media de Latinoamérica prefiere comprar ropa y vainas, playstation3; no va a comprar muchos libros…La cultura del lector se está perdiendo, la gente prefiere comprar su Iphone y su Macintosh, porque una novela es una cosa difícil de leer, es como un sacrificio…
Comprar una vaina, un aparato, por ahí, eso es bien fácil; tú nomás entras a la tienda y lo compras. Pero con un libro tú tienes que abrir tu corazón; tienes que integrar esa novela, ese libro de poesía en tu vida emocional, intelectual, y ese es un proceso que mucha gente no aguanta, no lo soporta”.
Lo que voy a contarles con su anuencia es una construcción a partir de un trozo de representación de la realidad mezclado con un poco de imaginación, un ejercicio de ficción no perniciosa y una invitación a la reflexión, tan necesaria en estos días convulsos. Días de Barack Obama, de vaivenes del petróleo, de América y del Caribe, de Haití, de la República Dominicana.
Concédanme, por favor, los siguientes minutos...
Hace tres semanas que una estudiante de comunicación del CURNE me preguntaba en el aula acerca de la bofetada que un oficial de policía le dio a Alex Díaz, luego que éste se salió de la función de reportero que decía cumplir y le increpó al comandante de una patrulla que trataba de paliar una protesta callejera en reclamo de obras gubernamentales en un barrio de San Francisco de Macorís.
No tardé en responderle a la joven. Le dije: Él, Alex, estaba ante un dilema ético: o reportero o activista de la protesta.
Podía escoger a su gusto, pus ambas opciones son dignas.
Pero a mi entender no debía usar la fuerza que da la profesión y el medio para tratar de arredrar a una autoridad que también cumplía órdenes y que se sentía en el cumplimiento del deber.
Porque si es inaceptable que un agente, bajo la sombra de su autoridad y su fe pública, le dé una cachetada a un periodista o a un ciudadano común, también es inadmisible que en el campo de batalla un reportero actúe al mismo tiempo como si fuera un activista o un propagandista.
Actitudes como ésta, pienso, constituyen un veneno letal para los públicos dominicanos que siguen la radio, la TV y los periódicos, en tanto están caracterizados, en general, por el analfabetismo en cuestión de análisis críticos sobre los entresijos de la puesta en escena de los discursos mediáticos del poder.
A tales públicos no les hemos permitido que aprendan a tener una voluntad de escucha y una voluntad de sospecha; a tener una apuesta por el sentido, como diría Paul Ricoeur.
O sea, no les hemos proporcionado las herramientas para desmenuzar los discursos de los medios y, por tanto, están incapacitados para sacar la paja del arroz; distinguir las mentiras de las verdades.
Ya durante los años 70 del siglo XX, Jesús Martín Barbero lo planteaba claro: “Todo paso a los Medios es a la vez una puesta en discurso y una puesta en escena indisolubles. Al dispositivo que alimenta e imbrica ambas operaciones es a lo que llamamos mass-mediación…
Pero como la materialidad histórica en que se originan los Medios da lugar a discursos diferentes, es necesario rescatar esa “originalidad” sin confundir la materialidad con la técnica ni la historia con el sentido. Ni el discurso-escena con el Medio…
El dispositivo de mass-mediación desborda cada día más el ámbito de los llamados Medios, opera desde otros muchos espacios, desde otras materias; sin ir más lejos, desde la masa de objetos que nos rodean, que nos hostigan, que mediatizan inexorablemente cualquier relación, incluida la del alma al cuerpo”.
En pocas palabras, el sentido no se agota en los medios. Es una construcción a partir de las gramáticas de producción, de circulación y de recepción, que involucra variables económicas, políticas, sociales, culturales, comunicacionales.
Pero pocos pueden descifrar esa madeja. Pocos son los privilegiados que pueden desenmarañar los hilos del poder visibilizados a través de mil y una caras de dioses solidarios.
Durante la primera mitad del siglo XX, Adolfo Hitler dividía al público lector en tres categorías:
1.- Los crédulos que admiten todo lo que leen.
2.- Aquellos que ya no creen en nada.
3.- Los espíritus críticos que analizan y juzgan.
Hitler resaltaba sin eufemismo: “Hoy que la masa electoral decide situaciones, el centro de gravedad descansa en el grupo más numeroso: un hato de ingenuos y de crédulos”.
Veamos lo que nos comenta al respecto Ana Arendt:
“Antes de conquistar el poder y de establecer un mundo conforme a sus doctrinas, los movimientos conjuran un ficticio mundo de consistencia que es más adecuado que la misma realidad a las necesidades de la mente humana; un mundo en el que a través de la pura imaginación, las masas desarraigadas pueden sentirse como si estuvieran en casa y hallarse protegidas contra los interminables shocks que la vida real y las experiencias reales imponen a los seres humanos y a sus esperanzas. La fuerza que posee la propaganda totalitaria descansa en la capacidad de aislar a las masas del mundo real”.
En ese tenor, el profesor Miguel Wiñazki entiende que el mundo se torna una fábula; la mentira industrializada, distribuida minuciosamente, cada día, a través de la prensa, se arraiga como un virus a lo más profundo del cuerpo social…
La gente cree en las mentiras, y no deja de creer hasta el fin. Las mentiras son la única esperanza. La ficción permanece viva como un monstruo de mil cabezas y sólo cede con la destrucción.
La primera idea que nos llega a partir de la concepción de Hitler es la puesta de la comunicación, especialmente el periodismo, al servicio del mal.
Como ha dicho Wiñazki, ese tipo de periodismo fue la gran maquinaria que absolutizó la ficción en el siglo XX.
Pienso, sin embargo, que al agotar la primera década del siglo XXI, al calor de las cacareadas olas de la globalización, TIC y democratización de la información, la realidad no es tan diferente a la era del Hitler de la Alemania nazi. Paradójicamente, en muchos casos las manipulaciones de los discursos mediáticos de este tiempo son menos sofisticadas, para no llamarles descaradas.
Muchos medios y periodistas de hoy construyen y difunden sin reparo discursos de mentiras bajo la premisa de que sus públicos constituyen una masa acrítica, estúpida, incapacitada para resignificar con tino su madeja de códigos mal estructurados. Una masa que, para ellos, cree en todo lo que le digan.
Como buenos integrados, ellos ponen a circular sus peroratas, ufanándose del poder celestial de las tecnologías de la información y la comunicación que tienen en sus manos.
El profesor Max Dueñas sostiene que nuestras formas de pensar y actuar acerca de la Internet y la computadora (de la globalización y el Neoliberalismo de este tiempo) suelen estar infiltradas con supuestos fantásticos y hasta místicos.
Así, quienes tienen el poder de controlar la producción de las tecnologías de la información y la comunicación y dominar los mercados, las venden como la medicina ideal para cuantos problemas cotidianos se nos presenten: desde los económicos, de salud, educación y hambre, hasta el estrés que causa el no conquistar el príncipe o la princesa azul que nos venden a través de la publicidad.
Como sabemos, los propósitos de aturdir a los públicos con promesas de vida revolucionaria y moderna no son recientes y, por tanto, no son hechura exclusiva del marketing que muy bien trabajan las grandes corporaciones contemporáneas a través de sus tecnologías de la información y la comunicación de este tiempo.
Para darnos cuenta invito a que hagamos un ejercicio de imaginación. Caminemos por el túnel del tiempo:
Los españoles, cuando invadieron las tierras de América, también trajeron sus “promesas de vida celestial y revolucionaria a través de sus tecnologías”, como bien acota Dueñas. Solo que en ese momento, al parecer, hubo más resistencia que hoy a la imposición de nuevos patrones.
Veamos el por qué de nuestro aserto, a través del siguiente relato que extraje de un texto que Dueñas quiso compartir conmigo, hace un par de años, cuando participamos como panelistas en un congreso de la Federación Latinoamericana de Facultades de Comunicación Social, celebrado en Bogotá…
¡Oh, mueren!
Puerto Rico, año 1511.
Llega la invasión. Los nativos piensan que aquellos hombres blancos son dioses. Pero el cacique URAYOÁN se resiste. Él quiere comprobar que esos dioses son mortales. Llama a un grupo de aborígenes y ordena que ahoguen en el río a un español y que esperen tres días para ver si resucita.
Al darse cuenta de que los españoles mueren, que son mortales, los caciques taínos convocan a un Consejo Supremo para decidir el destino de los invasores y su tecnología.
A continuación la recreación de uno de los diálogos posibles sobre el momento de la celebración del Consejo Supremo:
Urayoán: “¿Qué hacemos ahora que sabemos que los dioses no son inmortales? Sabemos que mueren, pero sus armas de fuego son muy poderosas. Tenemos que aprender a usarlas. Si conseguimos más armas de fuego que ellos y las usamos mejor que ellos, seremos más poderosos”.
Interviene Jumacao: “No. Si usamos esas armas de fuego, dejaremos de ser lo que somos; nos convertiremos en dioses falsos, iguales que los españoles. Solo debemos usar nuestras propias armas para defendernos”.
Y Yuisa replica: “Esas armas ya están aquí. No hay forma de devolverlas. No podemos regresar al pasado. Tienen muchos usos; tenemos que aprender a usarlas para defendernos de los españoles, para mejorar nuestras vidas y… para ser mejores taínos”.
Caguax toma un turno y puntualiza: “Sí, pero ¿cómo las usamos?
Eso quiere decir que la tecnología es un producto cultural. Lo cultural prima sobre la tecnología. No al revés, como se piensa.
Como ha dicho Ortega y Gasset (1972), el ser humano tiene una capacidad dual: una primera capacidad para sobrevivir con lo que encuentra en la naturaleza. Y una segunda capacidad para sobrevivir con lo que lo distingue de los otros animales, para adaptar la naturaleza a sus necesidades.
Pero, tal como arguye Dueñas, el ser humano tiene que definir lo que quiere, lo que necesita, lo que considera bienestar. En cada una de las etapas culturales de la definición y redefinición de lo necesario y del bienestar o calidad de vida, éste ha producido una tecnología correspondiente a esas definiciones.
De modo que siempre hemos tenido tecnologías. El grave problema surge porque muchas veces éstas son puestas al servicio del mal o, sencillamente, son mitificadas por los grandes comercializadores, para que sus usuarios se vean obligados a venerarlas cual dioses divinos, so pena del escarnio público.
Sin darnos cuenta las asumimos sin resistencia, y a través de ellas reproducimos sin actitud crítica patrones ajenos a nuestro propio ser, mientras damos la espalda a los problemas que sufren quienes no tienen voz.
Piensen unos segundos sobre lo que pasa en nuestro entorno y quizás coincidan conmigo
Yo, en particular, solo me formulo la siguiente pregunta:
¿Cuántas personas cambian el móvil o la computadora o la televisión o el equipo de música o las gafas o el perfume o el iphone o el playstation3, solo porque llegó el modelo nuevo y más caro, aunque sea de menor calidad?
El periodismo de hoy, en general, no está exento de esa distorsión. A menudo se cree que este quehacer profesional es tecnología de punta, diseño, forma, colores, fiestas, espectáculo.
O, como mucho, pura propaganda, polémica simulada, diatribas, incursión en la intimidad de las personas, descrédito a terceros, improvisación, construcción de mentiras, extorsión, opiniones ruidosas con careta de investigación, operaciones políticas encubiertas, espectáculo de mal gusto e identificación con el poder.
Los periodistas, en una inaceptable pérdida de perspectiva, a menudo nos ufanamos de estar a la moda con nuestras Labtop, celulares y cámaras de última generación.
Nos sentimos como los dioses de un ciberespacio muy lejano a los criterios éticos, pues a menudo usamos esas tecnologías para magnificar y escandalizar con las desgracias de los pobres.
No solo eso. Debido a nuestra condición de líderes de opinión, reforzamos propósitos publicitarios negativos de aumentar la demanda irracional de nuevas tecnologías mientras contribuimos a distanciar a la gente del pensamiento útil. Estar a la moda es lo que da satisfacción.
Creo que vivimos en un estado de percepciones distorsionadas por y desde los medios de difusión colectiva.
El sector comunicación es el de mayor crecimiento en la economía dominicana (29%) porque vivimos una pasión febril por las tecnologías, pese a que la pobreza y al indigencia ya rompieron los parámetros de la vergüenza.
Según los objetivos del milenio planteados por la ONU, en 2015 el 75% de la población económicamente activa debería tener acceso a la tecnología.
Pero la sociedad del conocimiento implica un compromiso que va más allá de la penetración de las Tecnologías de la Información y la Comunicación. El principal objetivo debe ser derrotar la pobreza, si queremos un ciudadano nuevo.
Para que tengamos una idea de la contradicción que planteamos, les presento algunos datos:
Según el Instituto Dominicano de las Telecomunicaciones, contamos con: 543 espacios de difusión masiva, identificados en 250 emisoras FM; 155 de AM, 93 canales de televisión por cable, 8 de televisión de baja frecuencia o VHF y 37 canales de UHF.
Esa institución del Estado registra 130,749 cuentas de Internet y tiene la meta de llegar en lo inmediato a 150,000.
El 10 por ciento de la población dominicana tiene acceso a Internet. El promedio para América Latina es de 14% y para los países desarrollados es de 50%.
Las líneas alámbricas son 4.517.826 (para una tele densidad de 50,79%, equivalente a la de un país con ingreso per cápita de 4,500 dólares).
Las inalámbricas son 1.089.226, para un crecimiento de 35 mil celulares por día.
En República Dominicana hay 51 teléfonos por cada 100 habitantes.
Quizás ese panorama nos emociona y nos impide entender que no existen periodistas digitales ni periodistas de prensa escrita ni radio. Que solo hay periodistas, como ha dicho Fernando Jáuregui.
Y yo agrego: periodistas que amen la lectura, la investigación y puedan explicar el mundo de hoy en toda su complejidad.
Pienso que el periodista no es un formato ni un género ni un medio. Es un mediador, un filtro, que no manipulador, si entendemos estos conceptos a partir de la concepción del semiotista Umberto Eco.
Debe ser un sujeto comprometido, un ser con alta sensibilidad social que, basado en una sólida formación doméstica, profesional y ética, trabaje sin temor, con apego a la verdad.
En esa perspectiva siempre tendrá que arrostrar complejos dilemas éticos.
Pero vaya usted a ver que la solución a tales dilemas se dificulta por la grave crisis de identidad que sufre la profesión periodística.
Crisis provocada, entre otros factores igual de importantes, por la indiferencia del profesional de esta disciplina frente a los problemas sociales, por el afán de “buscársela” con políticos y empresarios bajo el argumento de que “hay que sobrevivir” y por la pobre formación académica y cultural que achica la cosmovisión de sus agentes.
Suscribo la idea de que para enfrentar esa crisis es indispensable recuperar el concepto de la información como BIEN PÚBLICO, que es, en definitiva, nutriente esencial de toda sociedad democrática.
Igualmente percibo que hay que volver la vista atrás y recuperar la propuesta de la ÉTICA COMO VALOR FUNDACIONAL de la identidad profesional.
Y recuperar, sobre todo, la verdad, que ha sido la principal víctima de un mundo supuestamente muy informado.
Creo, como la profesora argentina Raquel San Martín, que el periodismo actual ha dejado de cumplir con su función principal y propia, que es acercar a los ciudadanos la información necesaria para que puedan tomar mejores decisiones, orientarse en la vida pública, conocer aquello que no pueden vivir en forma directa y controlar a quienes ejercen el poder.
Y como el periodismo y el periodista han desdibujado su misión, lejos de garantizar la salud del sistema democrático, la ponen en peligro.
En rigor, sostiene San Martín, el periodismo muestra hoy un rostro irreconocible, mezclado con el entretenimiento, contaminado por las operaciones políticas, con fronteras generosas que admiten que cualquier contenido que alcanza el espacio público se etiquete como actividad periodística, incapaz de anticipar las crisis sociales. Se ha convertido en una actividad "ensanchada", que abarca con su nombre a varias funciones vinculadas con la información, pero que suponen perfiles y productos periodísticos muy diferentes.
Es decir, la profesión ha perdido sus contornos con allegados de cualquier área que en nada la enriquecen.
Ahora, todo y nada es periodismo. Y cualquiera dice llamarse periodista.
Y como si fuera poco, como ha dicho Gómez Mompart (2001), "las maneras que hasta ahora habían servido a los periodistas más competentes y a los medios de información más serios para explicar el mundo, están parcialmente oxidadas”
En medio de ese panorama poco saludable, urge retomar los caminos que muchos olvidaron porque los consideraron obsoletos. Tal es el caso de volver a mirar la ética como soporte de nuestra carrera.
Estoy convencido de que la ética en el profesional de la comunicación y en quienes, sin serlo ejercen el oficio, NO es una asignatura en un plan de estudios universitario, ni una nota alta en un examen, ni un índice sobre 80 puntos, ni un rosario de principios de un libro de Deontología que algunos profesores obligan a recitar como un catecismo.
Es un hacer permanente aunque nadie nos vigile. Porque ella, la ética, debería acompañar al periodista como zumbido al moscardón, como poetizó el Nóbel García Márquez.
Y debe ser así porque la cotidianidad de la vida profesional nos plantea dilemas que requieren fortaleza espiritual y ética para afrontarlos.
Sin olvidar los condicionamientos del rol protagónico de los modernos medios en la lucha por el poder, ni las duras imposiciones de las rutinas de trabajo, ni sus relaciones económicas, ni las dificultades familiares, aquí les dejo algunas preguntas para la reflexión:
1.- Si su madre, su hijo o hermano están gravemente enfermos y usted no tiene dinero porque su salario apenas le alcanza para una comida al día, pero necesita comprar medicamentos ¿aceptaría el dinero que le ofrece el funcionario público o privado de la fuente que usted cubre?
2.- Si usted está asignado por su periódico a la Policía y de repente ve al borde de una avenida a uno de los delincuentes más buscados, ¿llamaría para denunciarlo o lo apresaría?
3.- Si un empresario privado, un funcionario público o un narcotraficante le ofrece una finca, un carro, un apartamento y una cuenta bancaria, ¿qué haría?
4.- Si el dueño del medio es también un importador que manipula noticias para chantajear y lograr exoneración de impuestos, ¿haría usted lo mismo con el bajo salario que le pagan?
5.- Si le toca hacer un reportaje, ¿utilizaría armas secretas para grabar a sus entrevistados?
6.- Si alguien le entrega un “documento importante”, inédito, ¿lo publicaría para no perder la primicia?
7.- Si un narco o un mafioso o un empresario o funcionario corrupto le pide que le sirva de relacionista a cambio de un excelente pago, ¿qué haría?
8.- Si usted simpatiza o milita en un partido, ¿manipularía informaciones para favorecer a su organización?
9.- Si le tocara cubrir una protesta popular ¿describiría los hechos o los enjuiciaría conforme su militancia?
En mi caso, no creo en los dioses sobre la tierra ni en la asepsia ideológica. Solo creo en que es urgente y posible un periodismo socialmente útil. Periodismo de compromiso con quienes no tienen voz, con los desamparados.
También creo en las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Pero puestas al servicio de la gente. Creo en ellas como instrumentos para facilitar el desarrollo; no para enajenar. No soy apocalíptico. Creo en la pasión por la búsqueda de la verdad. Y apuesto cada minuto a la autocrítica.
Aunque también estoy consciente de lo que dijo una vez el poeta Mario Benedetti:
“Cuando creían que tenían todas las respuestas, cambiaron todas las preguntas”.
Gracias mil y la más feliz de las noches.
SAN FRANCISCO DE MACORIS, provincia Duarte. Noviembre 28, 08.-
Conferencia dictada por Tony Pérez, profesor de la UASD y ex director de la Escuela de Comunicación de la misma academia.
Concédanme, por favor, los siguientes minutos...
Hace tres semanas que una estudiante de comunicación del CURNE me preguntaba en el aula acerca de la bofetada que un oficial de policía le dio a Alex Díaz, luego que éste se salió de la función de reportero que decía cumplir y le increpó al comandante de una patrulla que trataba de paliar una protesta callejera en reclamo de obras gubernamentales en un barrio de San Francisco de Macorís.
No tardé en responderle a la joven. Le dije: Él, Alex, estaba ante un dilema ético: o reportero o activista de la protesta.
Podía escoger a su gusto, pus ambas opciones son dignas.
Pero a mi entender no debía usar la fuerza que da la profesión y el medio para tratar de arredrar a una autoridad que también cumplía órdenes y que se sentía en el cumplimiento del deber.
Porque si es inaceptable que un agente, bajo la sombra de su autoridad y su fe pública, le dé una cachetada a un periodista o a un ciudadano común, también es inadmisible que en el campo de batalla un reportero actúe al mismo tiempo como si fuera un activista o un propagandista.
Actitudes como ésta, pienso, constituyen un veneno letal para los públicos dominicanos que siguen la radio, la TV y los periódicos, en tanto están caracterizados, en general, por el analfabetismo en cuestión de análisis críticos sobre los entresijos de la puesta en escena de los discursos mediáticos del poder.
A tales públicos no les hemos permitido que aprendan a tener una voluntad de escucha y una voluntad de sospecha; a tener una apuesta por el sentido, como diría Paul Ricoeur.
O sea, no les hemos proporcionado las herramientas para desmenuzar los discursos de los medios y, por tanto, están incapacitados para sacar la paja del arroz; distinguir las mentiras de las verdades.
Ya durante los años 70 del siglo XX, Jesús Martín Barbero lo planteaba claro: “Todo paso a los Medios es a la vez una puesta en discurso y una puesta en escena indisolubles. Al dispositivo que alimenta e imbrica ambas operaciones es a lo que llamamos mass-mediación…
Pero como la materialidad histórica en que se originan los Medios da lugar a discursos diferentes, es necesario rescatar esa “originalidad” sin confundir la materialidad con la técnica ni la historia con el sentido. Ni el discurso-escena con el Medio…
El dispositivo de mass-mediación desborda cada día más el ámbito de los llamados Medios, opera desde otros muchos espacios, desde otras materias; sin ir más lejos, desde la masa de objetos que nos rodean, que nos hostigan, que mediatizan inexorablemente cualquier relación, incluida la del alma al cuerpo”.
En pocas palabras, el sentido no se agota en los medios. Es una construcción a partir de las gramáticas de producción, de circulación y de recepción, que involucra variables económicas, políticas, sociales, culturales, comunicacionales.
Pero pocos pueden descifrar esa madeja. Pocos son los privilegiados que pueden desenmarañar los hilos del poder visibilizados a través de mil y una caras de dioses solidarios.
Durante la primera mitad del siglo XX, Adolfo Hitler dividía al público lector en tres categorías:
1.- Los crédulos que admiten todo lo que leen.
2.- Aquellos que ya no creen en nada.
3.- Los espíritus críticos que analizan y juzgan.
Hitler resaltaba sin eufemismo: “Hoy que la masa electoral decide situaciones, el centro de gravedad descansa en el grupo más numeroso: un hato de ingenuos y de crédulos”.
Veamos lo que nos comenta al respecto Ana Arendt:
“Antes de conquistar el poder y de establecer un mundo conforme a sus doctrinas, los movimientos conjuran un ficticio mundo de consistencia que es más adecuado que la misma realidad a las necesidades de la mente humana; un mundo en el que a través de la pura imaginación, las masas desarraigadas pueden sentirse como si estuvieran en casa y hallarse protegidas contra los interminables shocks que la vida real y las experiencias reales imponen a los seres humanos y a sus esperanzas. La fuerza que posee la propaganda totalitaria descansa en la capacidad de aislar a las masas del mundo real”.
En ese tenor, el profesor Miguel Wiñazki entiende que el mundo se torna una fábula; la mentira industrializada, distribuida minuciosamente, cada día, a través de la prensa, se arraiga como un virus a lo más profundo del cuerpo social…
La gente cree en las mentiras, y no deja de creer hasta el fin. Las mentiras son la única esperanza. La ficción permanece viva como un monstruo de mil cabezas y sólo cede con la destrucción.
La primera idea que nos llega a partir de la concepción de Hitler es la puesta de la comunicación, especialmente el periodismo, al servicio del mal.
Como ha dicho Wiñazki, ese tipo de periodismo fue la gran maquinaria que absolutizó la ficción en el siglo XX.
Pienso, sin embargo, que al agotar la primera década del siglo XXI, al calor de las cacareadas olas de la globalización, TIC y democratización de la información, la realidad no es tan diferente a la era del Hitler de la Alemania nazi. Paradójicamente, en muchos casos las manipulaciones de los discursos mediáticos de este tiempo son menos sofisticadas, para no llamarles descaradas.
Muchos medios y periodistas de hoy construyen y difunden sin reparo discursos de mentiras bajo la premisa de que sus públicos constituyen una masa acrítica, estúpida, incapacitada para resignificar con tino su madeja de códigos mal estructurados. Una masa que, para ellos, cree en todo lo que le digan.
Como buenos integrados, ellos ponen a circular sus peroratas, ufanándose del poder celestial de las tecnologías de la información y la comunicación que tienen en sus manos.
El profesor Max Dueñas sostiene que nuestras formas de pensar y actuar acerca de la Internet y la computadora (de la globalización y el Neoliberalismo de este tiempo) suelen estar infiltradas con supuestos fantásticos y hasta místicos.
Así, quienes tienen el poder de controlar la producción de las tecnologías de la información y la comunicación y dominar los mercados, las venden como la medicina ideal para cuantos problemas cotidianos se nos presenten: desde los económicos, de salud, educación y hambre, hasta el estrés que causa el no conquistar el príncipe o la princesa azul que nos venden a través de la publicidad.
Como sabemos, los propósitos de aturdir a los públicos con promesas de vida revolucionaria y moderna no son recientes y, por tanto, no son hechura exclusiva del marketing que muy bien trabajan las grandes corporaciones contemporáneas a través de sus tecnologías de la información y la comunicación de este tiempo.
Para darnos cuenta invito a que hagamos un ejercicio de imaginación. Caminemos por el túnel del tiempo:
Los españoles, cuando invadieron las tierras de América, también trajeron sus “promesas de vida celestial y revolucionaria a través de sus tecnologías”, como bien acota Dueñas. Solo que en ese momento, al parecer, hubo más resistencia que hoy a la imposición de nuevos patrones.
Veamos el por qué de nuestro aserto, a través del siguiente relato que extraje de un texto que Dueñas quiso compartir conmigo, hace un par de años, cuando participamos como panelistas en un congreso de la Federación Latinoamericana de Facultades de Comunicación Social, celebrado en Bogotá…
¡Oh, mueren!
Puerto Rico, año 1511.
Llega la invasión. Los nativos piensan que aquellos hombres blancos son dioses. Pero el cacique URAYOÁN se resiste. Él quiere comprobar que esos dioses son mortales. Llama a un grupo de aborígenes y ordena que ahoguen en el río a un español y que esperen tres días para ver si resucita.
Al darse cuenta de que los españoles mueren, que son mortales, los caciques taínos convocan a un Consejo Supremo para decidir el destino de los invasores y su tecnología.
A continuación la recreación de uno de los diálogos posibles sobre el momento de la celebración del Consejo Supremo:
Urayoán: “¿Qué hacemos ahora que sabemos que los dioses no son inmortales? Sabemos que mueren, pero sus armas de fuego son muy poderosas. Tenemos que aprender a usarlas. Si conseguimos más armas de fuego que ellos y las usamos mejor que ellos, seremos más poderosos”.
Interviene Jumacao: “No. Si usamos esas armas de fuego, dejaremos de ser lo que somos; nos convertiremos en dioses falsos, iguales que los españoles. Solo debemos usar nuestras propias armas para defendernos”.
Y Yuisa replica: “Esas armas ya están aquí. No hay forma de devolverlas. No podemos regresar al pasado. Tienen muchos usos; tenemos que aprender a usarlas para defendernos de los españoles, para mejorar nuestras vidas y… para ser mejores taínos”.
Caguax toma un turno y puntualiza: “Sí, pero ¿cómo las usamos?
Eso quiere decir que la tecnología es un producto cultural. Lo cultural prima sobre la tecnología. No al revés, como se piensa.
Como ha dicho Ortega y Gasset (1972), el ser humano tiene una capacidad dual: una primera capacidad para sobrevivir con lo que encuentra en la naturaleza. Y una segunda capacidad para sobrevivir con lo que lo distingue de los otros animales, para adaptar la naturaleza a sus necesidades.
Pero, tal como arguye Dueñas, el ser humano tiene que definir lo que quiere, lo que necesita, lo que considera bienestar. En cada una de las etapas culturales de la definición y redefinición de lo necesario y del bienestar o calidad de vida, éste ha producido una tecnología correspondiente a esas definiciones.
De modo que siempre hemos tenido tecnologías. El grave problema surge porque muchas veces éstas son puestas al servicio del mal o, sencillamente, son mitificadas por los grandes comercializadores, para que sus usuarios se vean obligados a venerarlas cual dioses divinos, so pena del escarnio público.
Sin darnos cuenta las asumimos sin resistencia, y a través de ellas reproducimos sin actitud crítica patrones ajenos a nuestro propio ser, mientras damos la espalda a los problemas que sufren quienes no tienen voz.
Piensen unos segundos sobre lo que pasa en nuestro entorno y quizás coincidan conmigo
Yo, en particular, solo me formulo la siguiente pregunta:
¿Cuántas personas cambian el móvil o la computadora o la televisión o el equipo de música o las gafas o el perfume o el iphone o el playstation3, solo porque llegó el modelo nuevo y más caro, aunque sea de menor calidad?
El periodismo de hoy, en general, no está exento de esa distorsión. A menudo se cree que este quehacer profesional es tecnología de punta, diseño, forma, colores, fiestas, espectáculo.
O, como mucho, pura propaganda, polémica simulada, diatribas, incursión en la intimidad de las personas, descrédito a terceros, improvisación, construcción de mentiras, extorsión, opiniones ruidosas con careta de investigación, operaciones políticas encubiertas, espectáculo de mal gusto e identificación con el poder.
Los periodistas, en una inaceptable pérdida de perspectiva, a menudo nos ufanamos de estar a la moda con nuestras Labtop, celulares y cámaras de última generación.
Nos sentimos como los dioses de un ciberespacio muy lejano a los criterios éticos, pues a menudo usamos esas tecnologías para magnificar y escandalizar con las desgracias de los pobres.
No solo eso. Debido a nuestra condición de líderes de opinión, reforzamos propósitos publicitarios negativos de aumentar la demanda irracional de nuevas tecnologías mientras contribuimos a distanciar a la gente del pensamiento útil. Estar a la moda es lo que da satisfacción.
Creo que vivimos en un estado de percepciones distorsionadas por y desde los medios de difusión colectiva.
El sector comunicación es el de mayor crecimiento en la economía dominicana (29%) porque vivimos una pasión febril por las tecnologías, pese a que la pobreza y al indigencia ya rompieron los parámetros de la vergüenza.
Según los objetivos del milenio planteados por la ONU, en 2015 el 75% de la población económicamente activa debería tener acceso a la tecnología.
Pero la sociedad del conocimiento implica un compromiso que va más allá de la penetración de las Tecnologías de la Información y la Comunicación. El principal objetivo debe ser derrotar la pobreza, si queremos un ciudadano nuevo.
Para que tengamos una idea de la contradicción que planteamos, les presento algunos datos:
Según el Instituto Dominicano de las Telecomunicaciones, contamos con: 543 espacios de difusión masiva, identificados en 250 emisoras FM; 155 de AM, 93 canales de televisión por cable, 8 de televisión de baja frecuencia o VHF y 37 canales de UHF.
Esa institución del Estado registra 130,749 cuentas de Internet y tiene la meta de llegar en lo inmediato a 150,000.
El 10 por ciento de la población dominicana tiene acceso a Internet. El promedio para América Latina es de 14% y para los países desarrollados es de 50%.
Las líneas alámbricas son 4.517.826 (para una tele densidad de 50,79%, equivalente a la de un país con ingreso per cápita de 4,500 dólares).
Las inalámbricas son 1.089.226, para un crecimiento de 35 mil celulares por día.
En República Dominicana hay 51 teléfonos por cada 100 habitantes.
Quizás ese panorama nos emociona y nos impide entender que no existen periodistas digitales ni periodistas de prensa escrita ni radio. Que solo hay periodistas, como ha dicho Fernando Jáuregui.
Y yo agrego: periodistas que amen la lectura, la investigación y puedan explicar el mundo de hoy en toda su complejidad.
Pienso que el periodista no es un formato ni un género ni un medio. Es un mediador, un filtro, que no manipulador, si entendemos estos conceptos a partir de la concepción del semiotista Umberto Eco.
Debe ser un sujeto comprometido, un ser con alta sensibilidad social que, basado en una sólida formación doméstica, profesional y ética, trabaje sin temor, con apego a la verdad.
En esa perspectiva siempre tendrá que arrostrar complejos dilemas éticos.
Pero vaya usted a ver que la solución a tales dilemas se dificulta por la grave crisis de identidad que sufre la profesión periodística.
Crisis provocada, entre otros factores igual de importantes, por la indiferencia del profesional de esta disciplina frente a los problemas sociales, por el afán de “buscársela” con políticos y empresarios bajo el argumento de que “hay que sobrevivir” y por la pobre formación académica y cultural que achica la cosmovisión de sus agentes.
Suscribo la idea de que para enfrentar esa crisis es indispensable recuperar el concepto de la información como BIEN PÚBLICO, que es, en definitiva, nutriente esencial de toda sociedad democrática.
Igualmente percibo que hay que volver la vista atrás y recuperar la propuesta de la ÉTICA COMO VALOR FUNDACIONAL de la identidad profesional.
Y recuperar, sobre todo, la verdad, que ha sido la principal víctima de un mundo supuestamente muy informado.
Creo, como la profesora argentina Raquel San Martín, que el periodismo actual ha dejado de cumplir con su función principal y propia, que es acercar a los ciudadanos la información necesaria para que puedan tomar mejores decisiones, orientarse en la vida pública, conocer aquello que no pueden vivir en forma directa y controlar a quienes ejercen el poder.
Y como el periodismo y el periodista han desdibujado su misión, lejos de garantizar la salud del sistema democrático, la ponen en peligro.
En rigor, sostiene San Martín, el periodismo muestra hoy un rostro irreconocible, mezclado con el entretenimiento, contaminado por las operaciones políticas, con fronteras generosas que admiten que cualquier contenido que alcanza el espacio público se etiquete como actividad periodística, incapaz de anticipar las crisis sociales. Se ha convertido en una actividad "ensanchada", que abarca con su nombre a varias funciones vinculadas con la información, pero que suponen perfiles y productos periodísticos muy diferentes.
Es decir, la profesión ha perdido sus contornos con allegados de cualquier área que en nada la enriquecen.
Ahora, todo y nada es periodismo. Y cualquiera dice llamarse periodista.
Y como si fuera poco, como ha dicho Gómez Mompart (2001), "las maneras que hasta ahora habían servido a los periodistas más competentes y a los medios de información más serios para explicar el mundo, están parcialmente oxidadas”
En medio de ese panorama poco saludable, urge retomar los caminos que muchos olvidaron porque los consideraron obsoletos. Tal es el caso de volver a mirar la ética como soporte de nuestra carrera.
Estoy convencido de que la ética en el profesional de la comunicación y en quienes, sin serlo ejercen el oficio, NO es una asignatura en un plan de estudios universitario, ni una nota alta en un examen, ni un índice sobre 80 puntos, ni un rosario de principios de un libro de Deontología que algunos profesores obligan a recitar como un catecismo.
Es un hacer permanente aunque nadie nos vigile. Porque ella, la ética, debería acompañar al periodista como zumbido al moscardón, como poetizó el Nóbel García Márquez.
Y debe ser así porque la cotidianidad de la vida profesional nos plantea dilemas que requieren fortaleza espiritual y ética para afrontarlos.
Sin olvidar los condicionamientos del rol protagónico de los modernos medios en la lucha por el poder, ni las duras imposiciones de las rutinas de trabajo, ni sus relaciones económicas, ni las dificultades familiares, aquí les dejo algunas preguntas para la reflexión:
1.- Si su madre, su hijo o hermano están gravemente enfermos y usted no tiene dinero porque su salario apenas le alcanza para una comida al día, pero necesita comprar medicamentos ¿aceptaría el dinero que le ofrece el funcionario público o privado de la fuente que usted cubre?
2.- Si usted está asignado por su periódico a la Policía y de repente ve al borde de una avenida a uno de los delincuentes más buscados, ¿llamaría para denunciarlo o lo apresaría?
3.- Si un empresario privado, un funcionario público o un narcotraficante le ofrece una finca, un carro, un apartamento y una cuenta bancaria, ¿qué haría?
4.- Si el dueño del medio es también un importador que manipula noticias para chantajear y lograr exoneración de impuestos, ¿haría usted lo mismo con el bajo salario que le pagan?
5.- Si le toca hacer un reportaje, ¿utilizaría armas secretas para grabar a sus entrevistados?
6.- Si alguien le entrega un “documento importante”, inédito, ¿lo publicaría para no perder la primicia?
7.- Si un narco o un mafioso o un empresario o funcionario corrupto le pide que le sirva de relacionista a cambio de un excelente pago, ¿qué haría?
8.- Si usted simpatiza o milita en un partido, ¿manipularía informaciones para favorecer a su organización?
9.- Si le tocara cubrir una protesta popular ¿describiría los hechos o los enjuiciaría conforme su militancia?
En mi caso, no creo en los dioses sobre la tierra ni en la asepsia ideológica. Solo creo en que es urgente y posible un periodismo socialmente útil. Periodismo de compromiso con quienes no tienen voz, con los desamparados.
También creo en las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Pero puestas al servicio de la gente. Creo en ellas como instrumentos para facilitar el desarrollo; no para enajenar. No soy apocalíptico. Creo en la pasión por la búsqueda de la verdad. Y apuesto cada minuto a la autocrítica.
Aunque también estoy consciente de lo que dijo una vez el poeta Mario Benedetti:
“Cuando creían que tenían todas las respuestas, cambiaron todas las preguntas”.
Gracias mil y la más feliz de las noches.
SAN FRANCISCO DE MACORIS, provincia Duarte. Noviembre 28, 08.-
Conferencia dictada por Tony Pérez, profesor de la UASD y ex director de la Escuela de Comunicación de la misma academia.
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